Hay lugares maravillosos en los que ocurren cosas extraordinarias.
Esta historia que vas a leer habla de una de esas cosas ocurrida en uno de esos lugares.
Esta historia que vas a leer habla de una de esas cosas ocurrida en uno de esos lugares.
Tempranero era un grandioso roble, un ejemplar de Quercus pyrenaica que crecía en Valdastillas, un pueblecito del Valle del Jerte.
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El mítico roble Tempranero en una imagen de archivo |
Ningún otro roble de entre los miles que cobija el Valle del Jerte había brotado aún, pero Tempranero ya lucía un verde resplandeciente. Era tal el contraste entre Tempranero y el resto de árboles aún sin hojas, que podía apreciarse su color incluso desde el otro lado del Valle.
Además, la población local atribuyó desde siempre a Tempranero propiedades mágicas, debidas, según la tradición, a que el roble estaba ubicado dentro del recinto de la ermita del Santísimo Cristo de Valdastillas. Los vecinos recogían sus primeros brotes y los conservaban como un talismán que traería suerte y protección.
La vida siempre se abre paso en el Valle
Pero la vida siempre se abre paso en el Valle del Jerte. Y cómo si de una fábula o un cuento se tratase, de las raíces de Tempranero nació un nuevo árbol, su hijo, al que los lugareños bautizaron como Tempranillo.
Tempranillo se ganó rápidamente el cariño y respeto del Valle, que reconoce en él la figura y propiedades de su padre.
Y ahí está. Casi tres décadas después. A medio camino entre Valdastillas y la Garganta de Marta, en la carretera que une Valdastillas con Cabrero. Junto a su ermita. Contemplando el Valle y sorprendiendo cada primavera... porque sí, dicen los lugareños que Tempranillo, como su padre, brota antes que ningún otro roble del Valle.
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